Agradecemos a Luis Ongil, colaborador de
la Fundación, el envío del discurso de Muñoz Molina pronunciado con
motivo de la inauguración de los Cursos de Verano de La UCM en
2010 en San Lorenzo de El Escorial. Tal
presentación me ha servido de inspiración para
escribir acerca del progreso.
EL PROGRESO, por Carlos A Trevisi
Pertenezco
a una generación “sándwich”. Mis padres nacieron con la radio de
galena; el mundo, a mi nacimiento, me obsequió con la radio de lámparas
y un sistema telefónico que dio comienzo al desempleo –eliminó a la
telefonista que preguntaba, indiferente, “¿Número?” cuando querías
llamar a tu abuelo para que te llevara con él a Mar del Plata; y a mis
hijos, los más obsequiados, les regaló todo lo que uno se pueda imaginar
–y más- en un aparatito de plástico que llevas en el bolsillo –yo
también lo llevo, claro- y gracias al cual te comunicas estés donde
estuvieres. Y digo “comunicas” porque la gran revolución fue que los
recursos de los que nos valemos hoy día –el “aparatito”, por ejemplo- no
sólo incluyen el teléfono, sino Internet - la gran red que penetra todo,
en toda partes, durante todo el día y a toda hora sin telefonistas ni “interneteros”-,
televisión, y demás.
De entre
las maravillas que “disfrutamos”, la televisión, inaugurada para
mi generación (disculpen la inmodestia), en sus orígenes jugaba un rol
que se asemejaba al del inodoro; acudíamos a ella cuando necesitábamos
ver algo que nos impulsara especialmente al aparato: un programa de
preguntas y respuestas, un noticiario que ratificaba lo que habíamos
leído antes en los periódicos o un programa que nos permitía acercarnos
a alguna que otra celebridad.
A ese
devenir se llama progreso y más específicamente “progreso tecnológico”.
Es
innegable que ese progreso se corresponde con el mundo que nos toca
vivir: nos mantiene informados, nos permite una comunicación instantánea
y hasta a consultar dudas que nos asaltan en nuestra tarea profesional.
Otra cosa es que hagamos buen uso de él.
Todo ese
despliegue que sirve indudablemente a los grandes intereses del poder,
(imagínese un banco sin ordenadores) llega a la gente, sin embargo, con
una previa inducción: entretenerla, mantenerla distraída. De ahí que,
por ejemplo, en el campo de la educación se lo utilice escasamente y los
jóvenes, a los que no se los ha orientado para un aprovechamiento
integral de todas las posibilidades que ofrece, lo usen sólo para
divertirse.
He tenido
la dicha de “visitar” las inclemencias del progreso desde casi el inicio
de la tecnología –poco se había avanzado hacia la década del 40 del
siglo pasado- y hasta hoy día que, a diario, me sigue sorprendiendo con
novedades que a la mayoría de los “sabidos” casi ni llaman la atención
por previsibles.
Algo tan
natural como el “progreso”, que apreciamos cotidianamente, ha tenido y
sigue teniendo detractores. Yo mismo acabo de hablar de “inclemencias”.
La generación “sándwich” no tiene una idea clara de lo que significa
internet, pero los chicos se manejan en la red como peces en el agua. Me
atrevería a decir que inútilmente pues no agregan contenidos a la magia
de la velocidad y la precisión: el humanismo se ha detenido a las
puertas de su generación.
¿Es que
acaso el progreso en sí mismo es tan negativo como para que desde hace
más de 200 años se lo venga vituperando al extremo de negarlo?
El progreso
ha sido una constante en la evolución de la humanidad. Desde un
Jenófanes (VI AC) que formuló la idea de que los dioses habían dejado
espacios sin revelar para que el hombre participara en su búsqueda,
pasando por Sófocles en “Antígona”;
Séneca (“nuestro
siglo descubrirá algunos aspectos de la verdad pero los siglos
venideros contemplarán todos los demás”); San Agustín en “La ciudad de
Dios” que habla del avance gradual y acumulativo de la humanidad, a lo
largo del tiempo en lo material y espiritual; el Renacimiento, que
empuja al hombre a reconocerse en lo individual haciéndolo asumir una
intimidad que hasta ese momento dependía de terceros poderes; Descartes
que nos dice que se “inventarían ”multitud de artefactos que nos
permitirían disfrutar, sin esfuerzo alguno, de los frutos de la tierra y
de todos sus beneficios […] y que […] lo conocido no representa nada
comparado con lo que queda por conocer” ; desde entonces, decíamos, y
hasta la realidad de hoy día, es difícil imaginarse que siga habiendo
detractores del progreso.
Pero ¿se trata verdaderamente de detractores del
progreso? ¿No será que los invade una necesidad de volver al pasado
porque no pueden, no saben incorporarse a un mundo que ha parido sus
adentros y nos muestra una realidad desnuda que no estamos en
condiciones de asumir? ¿No será que el progreso tecnológico ha disparado
sus variables tan velozmente que ha superado en la mayor parte de la
humanidad la capacidad de aprehensión que es menester para participar de
todo lo que ofrece? ¿No será que el poder económico se ha apoderado del
progreso científico y tecnológico postergando al hombre? ¿No habremos
perdido, en la inestabilidad que vivimos, la armonía que exige la
existencia para no caer en actos de vida contradictorios que no atienden
a nuestras necesidades?
El progreso tecnológico, inevitablemente ligado al
capitalismo, extendió a lo largo del tiempo las redes productivas y las
de la comercialización a partir de emprendedores que impusieron nuevas
normas a las relaciones sociales y económicas (www.fundacionemiliamariatrevisi.com/lasaludnoesunderecho.htm
).
Este progreso material no necesariamente deriva en un progreso moral; no
conlleva contenidos de grandeza espiritual. Como ha quedado demostrado
en varias ocasiones las sucesivas crisis –la crisis actual, entre otras
y por ser la más reciente- han puesto sobre el tapete, una vez más que
las clases menos pudientes sufren sus consecuencias –desempleo, sueldos
de miseria, falta de trabajo, desjerarquización del valor del
conocimiento en relación con los trabajos que se realizan-
universitarios mileuristas o profesionales que trabajan de taxistas-,
mientras los capitalistas –bancos, grandes empresas y demás- ganan
dinero a paladas especulando en el mercado de valores y derivando sus
beneficios a paraísos fiscales.
No deja de resultar una ironía hablar de “progreso”
cuando ya ni siquiera es necesario salir al África o remotos lugares de
Hispanoamérica –basta con mirar atentamente el Primer Mundo- para ver
que sus beneficios han quedado restringidos a unos pocos que desde sus
posiciones de privilegio se van quedando con todo.
¿Cómo podemos hablar de progreso –ni mucho menos de
progreso moral-cuando vemos por televisión miles y miles de personas
–niños, sobre todo- morir de hambre mientras bancos como el Santander o
el BBVA embolsaron sólo en el primer semestre de este año de 2011 más de
2.500 millones de euros cada uno en concepto de beneficios?
¿De qué progreso estamos hablando cuando el “progreso
tecnológico” mete en nuestros hogares programas insultantes a través de
la tele, o cuando los políticos mienten descaradamente, o aparecen
sonrientes diciendo que las elecciones los ratifican como hombres de
bien al ser reelegidos pese a sus antecedentes “non sanctos”, o cuando
el Cardenal Rouco Varela pide a los fieles que van a acompañar al Papa
en su visita a España que recen para que no haga mucho calor, o cuando
el Papa anuncia que va a perdonar los pecados a todos los que asistan a
su misa, o cuando algunas editoriales pagan “premios” a los maestros que
recomiendan sus libros, o cuando en Cataluña cierran 40 ambulatorios
dejando “colgados” a los pacientes –sobre todo a los viejos- a 20 o 30
km de distancia del más próximo, o cuando se justifican dictaduras, o
cuando se hace caso omiso a la mortandad de gente que cae como moscas
ante la agresión letal de sus gobiernos en el norte de África?
Nada de lo dicho en estas últimas líneas puede dar por
tierra con la idea del progreso. Es necesario actuar, ponerse en marcha
en términos de la realidad y no de remotas utopías.
El sistema controla todas las variables que lo sostienen.
Sin embargo contamos hoy día con recursos impensables hace apenas 20
años.
Nos dice Muñoz Molina: “Sin
una ciudadanía formada y responsable, el debate político se reduce a
palabrería de charlistas, sectarismo partidario y publicidad electoral.
La educación obligatoria en una democracia es una educación para la
ciudadanía. Sin un conocimiento sólido de la historia y de la geografía
universales no es posible situarse en el tiempo y en el espacio. Hace
falta una rigurosa introducción a las ciencias físicas y naturales para
adquirir una conciencia racional del mundo y de la posición del ser
humano entre los demás seres vivos, y para fortalecer la conciencia
contra el fanatismo y la superstición. Y es necesario que desde niños se
nos vaya introduciendo con sensibilidad, imaginación y rigor en el
conocimiento de las artes –la literatura, la plástica, la música- porque
es el contacto temprano con ellas lo que nos educa la sensibilidad y nos
permite descubrir nuestras mejores inclinaciones estéticas”.
Hace falta
más educación, decimos nosotros.
***
Dos cosas contribuyen a avanzar: ir más deprisa que los
otros o ir por el buen camino.
René Descartes (1596-1650)
Filósofo y matemático francés.
El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable
intenta adaptar el mundo a sí mismo. Así pues, el progreso depende del
hombre irrazonable.
George Bernard Shaw (1856-1950)
Escritor irlandés.
El progreso y el desarrollo son
imposibles si uno sigue haciendo las cosas tal como siempre las
ha hecho.
Wayne W. Dyer (1940-?)
Escritor estadounidense
No puede conseguirse ningún progreso verdadero con el ideal de
facilitar las cosas.
Hermann Keyserling (1880-1946)
Filósofo y científico alemán.
La máquina ha venido a calentar el estómago del hombre pero ha
enfriado su corazón.
Miguel Delibes (1920-2010)
Escritor español
El verdadero progreso es el que pone la tecnología al alcance de
todos.
Henry Ford (1863-1947)
Industrial estadounidense
El verdadero progreso social no consiste en aumentar las necesidades, sino en reducirlas voluntariamente; pero para eso hace falta ser humildes. Mahatma Gandhi (1869-1948) Político y pensador indio
Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos. José Ortega y Gasset (1883-1955) Filósofo y ensayista español.
La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices. Albert Einstein (1879-1955) Científico alemán nacionalizado estadounidense.
No existe una mejor prueba del progreso de una civilización que la del progreso de la cooperación. John Stuart Mill (1806-1873) Filósofo y economista inglés.
El verdadero progreso social no consiste en aumentar las necesidades, sino en reducirlas voluntariamente; pero para eso hace falta ser humildes. Mahatma Gandhi (1869-1948) Político y pensador indio
Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos. José Ortega y Gasset (1883-1955) Filósofo y ensayista español.
La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices. Albert Einstein (1879-1955) Científico alemán nacionalizado estadounidense.
No existe una mejor prueba del progreso de una civilización que la del progreso de la cooperación. John Stuart Mill (1806-1873) Filósofo y economista inglés.
Progreso desde el aspecto filosófico y sociológico
La idea del progreso
Una idea distintiva de la cultura occidental
Antecedentes en la Antigüedad clásica
El aporte judío
La síntesis cristiana
El surgimiento de la idea moderna del progreso
La madurez de la idea del progreso: el aporte francés
La madurez de la idea del progreso: el aporte alemán
Desarrollo contemporáneo de la idea de progreso
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