Violencia juvenil
Por Carlos Á Trevisi
22-02-09
En reiteradas ocasiones y
al abordar las deficiencias que presenta la educación sistemática que se
“impone” a los niños y jóvenes, hemos destacado la insolvencia de un sistema
que “enseña” contenidos pero no logra favorecer actitudes como no sean aquellas
que afloran naturalmente en el ser humano “criado” al margen de sus capacidades
afectivas, volitivas, intelectuales y de libertad.
Sería desatinado adjudicar
tamaña responsabilidad sólo a la escuela. Sin embargo, insistir en que los
hogares son los principales responsables de la educación que se imparte a los
jóvenes ya es pura retórica. Cabría preguntarse en este sentido si la familia
no sabe qué hacer, si no puede hacer o no la “dejan” hacer.
El escalofriante crimen de
una adolescente de 15 años a manos de su novio de 20 y las circunstancias que
rodean los hechos pone en evidencia no sólo que no se han cumplido en los
asesinos y cómplices las normas de una “educación en actitudes”, sino que el
entorno social en el que se mueven también carece de ellas.
La televisión no escatima
ejemplos bochornosos de personajes tristemente célebres que saltan al
conocimiento público nada más que por su apariencia y desvergüenza. Desde un
pobre infeliz llamado “Pocholo” hasta el más “carneo” Efrén, pasando por una
manga de idiotas que se encierran en una casa para fagocitarse entre sí, la gama
de la contracultura frutece –no ya florece, frutece- por todas partes.
Y hay más.
Aunque Lombrosso haya caído
en el olvido, y con razón, hay personajes de los que uno tiende a escapar sólo
por lo que refleja su apariencia. Tal el caso, por ejemplo, de “El bigotes” o el
de un tal Correa, dos tipos asilvestrados, seguramente salidos de la nada, que
vinculados a “lo mejor” de la clase política han hecho negociados a mansalva.
Todos ellos,
lamentablemente, son el espejo de nuestros chicos en el marco de una realidad
carente de afectos, irreflexiva y ajena a cualquier proyecto que los obligue en
el esfuerzo que impone el convivir.
Las imágenes que se
transmiten son su única realidad: la vida, al fin y al cabo, es sólo un asunto
de dinero y prestigio, es decir poder.
Vivimos un mundo en el que
la percepción se ha transformado en el marco operativo de toda relación.
Nuestros chicos –nuestras gentes- viven ese mundo: nada existe más allá de lo
que perciben. No hay actitudes de entrega, generosas, fruto de un proceso de
ensimismamiento propio de una profunda reflexión.
Y la percepción es
engañosa. Tan engañosa como para que de resultas del crimen de Marta, la
sociedad saliera a la calle y paseara su dolor repitiendo, sin atender a las
causas de tanto horror, “¡Pena de muerte!” y “Zapatero dimisión”;
la biblia y el calefón.
A pocos se les ha ocurrido
pensar que hay que apagar la televisión para terminar con los pocholos, revisar
las actitudes que tenemos para con nuestros hijos y para con los demás,
participar en la escuela, repensar nuestras vidas –si es que alguna vez las
hemos “pensado”- , aprender a ver semejanzas antes que diferencias, terminar
con el consumismo que agobia nuestras finanzas y nos distrae de lo
verdaderamente importante, acercarnos al maestro para explicarle que necesitamos
que ayude a nuestros hijos a pensar , a reflexionar ,a abordar el conocimiento;
para que descubran al “otro”; para ser en el otro, para aceptar que somos todos
distintos y únicos en nosotros mismos...
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