¿Aprender inglés? (I)
Carlos A.
Trevisi
DIALOGOS educativos
Nadie
aprende aquello que no le interesa. Es grave, sin embargo, que queriéndolo
hacer no lo logremos. Todo el mundo estudia inglés, una gran mayoría nos
creemos "diestros" en inglés pero muy pocos, poquísimos, saben algo
de la sajona lengua. ¿Quién no lo ha incursionado? En algún momento de nuestras
vidas el colegio secundario y academias que prometen el oro y el moro según una
fórmula becketiana recomendada por los oligofrénicos profesionales para
aprender idiomas: "¿Es su padre torero o posee una casa en las
afueras?" (Fernando Savater), han intentado introducirnos en el
"idioma del mundo" sin mayor éxito.
Desde
mediados de la década del 80, la furia que desató la informática entre los
jóvenes cambió las reglas del juego respecto del aprendizaje del inglés. La
perentoriedad de su conocimiento los lanzó a leer manuales que, no sin
esfuerzo, lograban interpretar gracias a dos hechos: primeramente, las
características propias de la lengua: el inglés tiene entre un 70 y 80% de
palabras transparentes (aquéllas de raíz latina que se entienden a simple
vista) y, en segundo lugar, que experimentaban el resultado de sus conclusiones
"ipso facto" sobre el "soft" que querían operar. La novedad
consistía en que había una gran cantidad de gente que, sin desconocer la
importancia del habla, necesitaba, sin embargo, entender textos escritos en
inglés.
Esta
diversificación nos exigió, por lo menos a aquellos que nos decidimos a prestar
atención a la realidad, a incursionar por otras metodologias.
Está claro
que no es lo mismo "hablar inglés" que "leer inglés".
Para hablar
es menester que el aprendiz satisfaga mínimamente dos o tres variables
ineludibles. Ante todo, tiene que someterse a una alta frecuencia de impacto de
la lengua inglesa. Este contacto con el habla deriva naturalmente en la
adquisición del reflejo lingüístico, capacidad innata que debemos desarrollar
para sacar de la "chistera" una respuesta inmediata ante cualquier
estímulo oral que se nos ponga por delante. El proceso exige no menos de dos
horas académicas semanales y 7 u 8 escuchando cantantes ingleses, viendo videos
y curioseando todo lo que llega a nuestras manos. El esfuerzo es grande y sólo
puede llevarse adelante con una verdadera vocación por la lengua inglesa o una
gran necesidad de aprenderla. Al cabo de 14 o 18 meses un aprendiz que se ha
volcado al inglés con entusiasmo puede decirse que se maneja sin dificultad en
lo más cotidiano del habla. No obstante, puede llegar a quedarse atónito si
pretende entender un programa de radio, una tertulia o un noticiario por televisión.
Leer inglés
exige mucho menos y hasta puede gratificar mucho más. La estructura del idioma
inglés es muy simple; sus verbos también lo son y ni hablar del vocabulario,
tan transparente como es. Una persona que se aboque a su estudio, en seis horas
académicas logra conocer la infraestructura del idioma y en alrededor de 20
horas más, con una buena práctica de traducción, está en condiciones de
traducir lo que es específico de su profesión.
No estaría
mal que ahora nos preguntáramos cuál es el objetivo que se persigue en nuestras
escuelas e institutos. ¿Se enseña a hablar o a leer? Si enseñamos a hablar,
¿satisfacemos la exigencia de frecuencia de impacto de la que hablamos? ¿Qué
metodología se sigue? ¿Acaso una "sui generis" donde ejercitamos la
"voz indirecta" y la "Voz pasiva" (fantasmas de los
estudiantes) por escrito? ¿Se escuchan cintas grabadas con voces y canciones
inglesas y se pide a los chicos que las interpreten? ¿Se ven videos de
películas inglesas subtitulados en ingles, de los que tanto abundan en cada
quiosco de España?
Más allá de
una (o varias) respuestas hay algo que sí podemos hacer.
¿Aprender a hablar inglés en la escuela? (II)
Carlos A.
Trevisi
DIALOGOS educativos
La
manifiesta incapacidad de nuestros chavales para producir tres sonidos bien
puestos en inglés y los magros resultados que se obtienen en la interpretación
de textos escritos deberían hacernos meditar acerca de las causas que motivan
tal fracaso escolar.
En eso de
los sonidos bien puestos, la cantidad de alumnos por curso y los distintos
niveles de conocimientos de cada uno de ellos terminan con las posibilidades de
adquirir el manejo del habla. Irremediable y categórico: la poca frecuencia de
impacto de la lengua sobre los alumnos -tres horas semanales- y la
superpoblación -cursos con 25 chicos - no autorizan el éxito. Tampoco parece ir
en vías de mejorar, pese a que se ha considerado el problema y hasta se han
intentado soluciones (una de ellas ha sido agrupar a los alumnos por niveles,
lo que trae aparejado no pocos conflictos pedagógicos y escasos resultados. Los
alumnos que vienen con conocimientos de inglés están más adiestrados para
estudiar y se marcan grandes diferencias entre secciones, rompiéndose el justo
equilibrio que se establece cuando se trabaja en la diversidad: el curso de los
"avanzados" en inglés arrasa con los otros).
La realidad
es que el problema, así planteado, ("enseñemos conversación") no
tiene solución. En las condiciones en que se imparte es una utopía pretender
que los chicos logren alguna vez hablarlo.
Uno no
aprende inglés sino escuchando inglés.
Así, en un colegio bilingüe no es difícil
aprender a hablar: hay suficiente frecuencia de impacto de la lengua y se logra
la adquisición del reflejo lingüístico, esa capacidad de respuesta inmediato
ante un estímulo oral. Va de suyo que los chicos, en esos colegios, se inmersan
paulatinamente en la comprensión del inglés según los modos de uso que hacen a
la convivencia entre ingleses: comer en "inglés", poner la mesa en
"inglés", hacer gimnasia en "inglés", cantar en
"inglés" pedir, ofrecer, saludar... Se agrega a esto la actividad
académica: cuatro horas diarias de "inglés" durante las cuales se
estudia desde biología hasta matemática (una abundancia de "inglés"
como la que refleja el mismísimo texto que usted está leyendo) A mayor
exposición de contenidos, mayores y mejores posibilidades de aprehensión y
elección, lo cual no sólo didáctica sino también pedagógicamenmte marca una
gran diferencia.. Esta metodología permite a los chicos "construir"
su propio aprendizaje.
¿Cómo
recrear esas circunstancias en un ámbito donde naturalmente no se dan y cuando
ya nadie piensa en aprender inglés para tomar un "tea" con Doña
Isabel, la soberana, ni tiene como meta llegar a ser presidente de la
productora de amarronada bebida gaseosa ?
La solución
podría girar en torno de los recursos
(PCs, videograbadoras, grabadores de voz, laboratorios de idiomas); materiales a utilizar (soft, videos,
CDs, DVDs, "white boards" conectados a ordenadores); de contenidos que
satisficieran los objetivos que se persiguen y de la actitud-actividad de los
profesores, del nivel de inglés conversacional de los profesores... El soft tendría que satisfacer el rango operativo del recurso PC:
la interacción, la expandibilidad, la arborescencia, la personalización
y el gusto; los videos , con su gran
exposición de contenidos, la integralidad;
los CDs y DVDs con películas atractivas subtituladas en inglés, con la banda de sonido de la película independizada de la película, la frecuencia de impacto; los cuadernillos, la ejercitación; la comprensión; los ejercicios, grabados en un CD, el habla.
En la
escuerla hay que favorecer la implementación del uso de materiales que se integren no sólo en satisfacción de las
modalidades que impone el curriculum, sino también de los docentes, ejes del cambio, y de los chicos, sus
detinatarios.
Así vemos
cómo, precisamente en cumplimiento de lo que NO se debe hacer, en los
institutos se enseña a los chicos a saludar "formal 'y/o'
informalmente" , a solicitar una habitación en un hotel o a estudiar el
participio pasado de los verbos irregulares del capítulo 8 de un libro
importado de Hong-Kong, en el que Bob Smith, personaje de la obra, se defiende
de la policía que, injustamente, lo acusa de haber robado una camisa en Macys,
en el corazón de Manhattan. No es extraño, así, que, latamente, cualquier chico
que termine la escuela media salga diciendo que no aprendió nada de inglés.
Nuestros
estudiantes tienen otras urgencias - entre ellas aprender a pensar, amén de
aquella otra de aprender a leer inglés para interpretar los manuales o textos
específicos de lo que será su vida profesional futura, o investigar artículos
escritos en la invasora lengua.
En
respuesta a todas estas dificultades se deberían implementar metodologías para
el aprendizaje del inglés como estructura idiomática, para la interpretación de
la lengua escrita. Savater nos dice : "...he aprendido a leer inglés
gracias a [...] un maravillosamente largo mes de agosto". El "largo
mes de agosto" tal vez no pueda acortarse pero es menester despertar en
los chicos un afán por adentrarse en un método didáctico que los libere de un
esfuerzo que sienten que no sirve para nada.
¿Por qué no
encarar sistemáticamente, entonces, la interpretación de textos en lugar del "habla"?
Si aprendieran a "leer" inglés, en poco tiempo podrían interpretar
textos técnicos -informática, biología, revistas especializadas, brochures de
turismo- consultar Internet, interpretar letras de canciones,
videos...
En fin.
Será cuestión de que nos decidamos. Es mucho más sencillo que enseñarles
"conversación", más útil y para nada inhibitorio de que cuando tengan
la necesidad de hablar aprendan a hacerlo en otros ámbitos. Después de todo no
tiene ningún misterio Sólo hay que darle el marco adecuado.
Un comentario final, duro pero honesto ¿nuestros profesores de inglés hablan inglés? Cuando últimamente la Presidenta de la Comuniad de Madrid decidió contratar profesores nativos ingleses hubo un gran revuelo. ¿Cómo vamos a contratar 8000 profesores de habla inglesa si en España hay más que ese número de nacionalidad española que son bilingües?, se dijo por ahí. Epa! Epa!
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