DIÁLOGOS
educativos
La Televisión
La
televisión no es ajena al telespectador, no está enfrente de él, no es un
estímulo que su cerebro pueda procesar como si fuera un objeto extraño ante el
que eventualmente podría reaccionar. La televisión es una prolongación de sus
afectos, de su voluntad, de su inteligencia, de su libertad. El poder de
la televisión consiste precisamente en eso: se nos incorpora, pasa a ser parte
de nosotros mismos.
La
televisión no es dialógica, didáctica ni pedagógica. No nace para serlo. Nace
porque hubo quien tuvo la capacidad técnica de transferir una imagen por el
espacio. Tampoco es una arma letal; ni un entretenimiento. Su trascendencia
radica en que no se la puede encuadrar: sirve para todo lo que puede servir una
imagen que es captada por una antena que la recoge allí donde se instale, y a
la que todo el mundo tiene acceso. Es el ojo bobo por el que entra la realidad
a los hogares. Un ojo que exhibe imágenes indiscriminadamente, sin orden
alguno, sin prioridades, que dispara al bulto sin tener en cuenta a sus
destinatarios: niños, jóvenes, adultos y ancianos; pega y pega.
Contrariamente
a lo que sucede con el ordenador, que es interactivo, la televisión no sostiene
diálogo alguno con el telespectador. Lo inyecta , se "le" instala y
el cuerpo lo asimila como un alimento, como el oxígeno que lo mantiene vivo,
como el afecto del que no puede prescindir.
El
problema radica en los contenidos que inyecta. No siendo didáctica (para poder
seleccionarlos); ni pedagogica (para poder orientarlos) y asumiendo que tampoco
es un arma (para poder eliminar algún tipo de espectador, dejando otros a
salvo), ni un entretenimiento (sólo para poder pasarla bien), sino todo a la
vez, la heterogeneidad de su videncia y la amplísima gama de contenidos a los
que puede apelar, impiden una racionalización de sus entregas. Si unimos a esto
que es tan masiva como para desatar una multitud de intereses que van desde lo
economico-financiero hasta lo artístico, sólo una sociedad ideal tendría una
televisión que no alterara las conciencias.
Y ahí
están nuestros niños, apabullados por contenidos desvalorizados, atrapados en
una maraña de imágenes que superficializan su vida, que lo insolidarizan con su
vida familiar, que los aletarga en un ocio improductivo, que los impulsa a
falsas imaginerías de las que ellos son apenas sujetos virtuales.
Y nuestros
jóvenes, desideologizados, abrevando del éxito fácil, del tener, de la
apariencia, de la moda, del conformismo, del utilitarismo, del individualismo,
como si fueran metas a perseguir.
Es
menester detener el avance de esta televisión, someter su estilo,
transfor-marla en un recurso que nos ayude a impulsar actitudes críticas,
comunita-rias, solidarias, reflexivas, independientes, apasionadas,
consecuentes, dialógicas, democráticas.
El sólo
intento ya será un éxito: habremos conseguido compañeros de lucha, que no es
poco.
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